Dora, unha empregada camiño dos altares

Testemuña de Ana Mucientes, avogado. A transcribimos literalmente en castelán.

Atraen las personas así. No necesitan demostrar nada, ni que valen más, ni que valen menos. Ni siquiera necesitan justificar lo que hacen porque su vida habla por ellas mismas. Hay algo que manifiesta que la vida de esas personas -en este caso la de Dora del Hoyo- haya dejado huella en la historia de tanta gente. Empezando por la mía.

Conocí a Dora en el año 1995, cuando el trabajo del hogar estaba muy lejos de mi vida y sobre todo de mi pensamiento. Coincidí con ella en dos ocasiones muy puntuales, aproximadamente durante dos meses. Pero esto bastó para darme cuenta de cómo era, cómo vivía, para quién y por qué había gastado sus días. En fin... Sin grandes explicaciones entendí el sentido de su existir.

Dora, no se sentía inferior porque no lo era; no se sentía sola, porque no lo estaba; y no se sentía víctima porque pudiendo haber elegido otras posibilidades en la vida, prefirió trabajar para hacer un hogar del lugar en el que se encontraba en cada momento.

Hay quienes triunfan en la vida por ser buenos deportistas o por escribir un libro. Hay quien llega lejos por haber descubierto algo que revoluciona la industria o la tecnología..., pero también hay personas que triunfan por el mero hecho de saber estar donde se les necesita. Demuestran así que han acertado con el profundo sentido de sus vidas.

Por eso Dora, cuando llegó a trabajar como empleada a la primera residencia del Opus Dei (hablamos del los años 1943-45), aunque pensó en irse por el abundante trabajo (eran casi 100 residentes jóvenes), la falta de recursos (años de posguerra) y de experiencia de quienes lo dirigían, no se fue porque en su balanza interior pesó más la posibilidad de ayudar con su saber hacer a quienes veía con tantas dificultades.

Dora no sólo eligió estar, en ese momento en el sitio acertado. En esa tarea, descubrió una llamada de Dios. Y siempre -hasta su muerte el 10 de enero de 2004- buscó estar donde hacía falta. Saber estar donde hay que estar me parece condición imprescindible para dar sentido a la propia vida.

Dora siempre iba por delante, sin hacerse notar. Conocía las máquinas de vanguardia y cuáles eran las instalaciones más adecuadas para las tareas. Su opinión contaba. Es más: era la primera opinión a tenerse en cuenta para mejorar las condiciones de trabajo, y eso que no había trabajado en grandes cadenas hoteleras, ni había hecho masters en cocina.

Me vienen a la mente unas palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer: "No importa el tipo de tarea que se lleve a cabo, siempre que sea honrada: ¿qué es más importante: ser catedrático en la Sorbonoa hacer los trabajos de la casa? Cuando, refiriéndome a las mujeres de la limpieza que trabajan en la Universidad de Navarra, afirmo que no sé si su trabajo es tan importante o más que de la Junta de Gobierno, no hago comedia: repito sencillamente lo que he pensado siempre. La tarea de una de esas mujeres que acude con alegría y lo hace todo por amor, puede ser heroica" (...)

¿Quizá San Josemaría pensaba en Dora cuando decía estas palabras? ¿Será que la misma normalidad de su vida -y de lo que hacía cada día- es precisamente lo que la convierte en heroica? Dora conocía el sentido de su vida pero sobre todo descubrió el camino -su trabajo- para alcanzarlo de modo pleno. Y, con ella, muchas personas. Yo misma.

(*)Dora del Hoyo nació en Boca de Huérgano (León, España), en 1914. Después de efectuar sus estudios elementales, empezó a trabajar como empleada del hogar, labor que ejerció con profesionalidad y pasión hasta pocas semanas antes de su fallecimiento, el 10 de enero de 2004.

Ana Mucientes // El Correo Gallego